“El cambio actual no es como los cambios del pasado. En ningún otro punto de inflexión de la historia humana los educadores debieron afrontar un desafío esrictamente comparable con el que nos presenta la divisoria de aguas contemporánea. Aún debemos aprender el arte de vivir en un mundo sobresaturado de información. Y también debemos aprender el aún más difícil arte de preparar a las próximas generaciones para vivir en semejante mundo” .
Así presenta el panorama educativo el sociólogo Zygmunt Bauman en su libro Los retos de la educación en la modernidad líquida. La situación es, tal y como menciona, más incierta que nunca: ¿qué necesitan saber los alumnos que trabajarán en 2030? Si bien numerosos expertos e instituciones se aventuran a realizar hipótesis sobre la educación que los niños y ciudadanos necesitaremos para vivir en el mundo actual y en el que vendrá, plantear el debate educativo requiere inevitablemente una profunda reflexión sobre el modelo social y económico que tendremos. Esto es, aceptar la incertidumbre existente y adaptar los sistemas educativos al modelo de sociedad que se está creando y que es profundamente cambiante.
El panorama educativo es incierto: ¿Qué necesitan saber los alumnos que trabajarán en 2030?
Pese a que es difícil establecer afirmaciones categóricas sobre las habilidades y conocimientos que serán necesarios en unos años, lo cierto que parece que hay consenso en las líneas generales que la educación, comprendida en su sentido más amplio, debe seguir. El cambio educativo, de hecho, no es una tarea pendiente sino que es un proceso en contínua y, especialmente, rápida evolución en los últimos años. Miles, millones de docentes alrededor del mundo se debaten a diario con ello. Lo hacen en sus aulas, en despachos, reuniones, congresos, conversaciones o en la intimidad de sus pensamientos. Perdidos en nuevos conceptos, nuevas metodologías, realidades cambiantes y sistemas educativos desactualizados, son ellos, y tantos otros agentes educativos, los que lidian a diario con la necesidad de reformular tantísimos aspectos que no responden a las necesidades de un alumnado nacido ya en el s.XXI.
Claves para no perderse
¿Cómo se debe enfocar, ante este panorama, el cambio educativo? La respuesta es también incierta, si bien las grandes tendencias apuntan que se avanza hacia un modelo que debe tener en cuenta estos aspectos:
- Enfoque global de la educación. Tiempo atrás la escuela era la institución educadora y casi exclusivamente donde se adquirían los conocimientos. Hoy en día, la educación debe tomar un enfoque global debido, en gran parte, a la aparición de la tecnología y al hecho de vivir en la sociedad de la información. En ese contexto, el aprendizaje se convierte en una actividad que se realiza en distintos lugares y momentos. La escuela, pues, ha perdido el monopolio de la educación, y ahora lo tiene la sociedad en su conjunto.
- Incertidumbre. Los sistemas políticos están haciendo frente a la necesidad de cambio a ritmos dispares, con inversiones a menudo insuficientes que no permiten trazar unas líneas claras para que centros educativos, docentes y otros actores puedan llevar a cabo sus iniciativas. Una sociedad en transformación constante requiere cierto grado de aceptación de la incertidumbre que eso conlleva.
- Tradición + Innovación. No merece la pena desechar todo lo aprendido a lo largo de los años. Innovar no significa acabar con lo existente, sino rescatar aquello que funciona y cambiar o adaptar lo que no.
- Educación competencial. El aprendizaje de conceptos sigue vigente en los nuevos modelos propuestos pero gana importancia la adquisición de competencias. Menciona Touraine que el papel de la educación es aumentar el grado de autonomía, iniciativa y crítica de cada individuo. Este aspecto puede lograrse a través del trabajo competencial, vinculado a la realidad de los alumnos. Existen, de hecho, indicaciones sobre las competencias necesarias para el siglo XXI, los XXI Century Skills, que resumen las habilidades que el alumnado necesita para desarrollarse en la sociedad de la información.
- Aprendizaje vinculado. Cuanto más se relacione el aprendizaje con la realidad, más sentido adquirirá para el alumno y mejor se realizará el aprendizaje. Metodologías activas que proponen, por ejemplo, aprender haciendo (Learning by doing), como plantea Gervey Tulley, apuntan en esa línea.
- Educación mediada. La tecnología es protagonista en la educación esté o no presente en las aulas, porque sí lo está en la vida de docentes y alumnos. En la mayoría de los casos, las redes sociales, las aplicaciones, los robots y la inteligencia artificial se colarán en las aulas para facilitar el aprendizaje. Aun así, las tecnologías no deberían ser un fin en si mismas sino un medio, pues, como explica Martínez Selva, “la experiencia no se baja de la Red, se adquiere en el mundo real”.
- Educación crítica. En el consumismo, en la igualdad, en la inclusión, en la consciencia medioambiental, en la responsabilidad social, etc. Una educación en el pensamiento crítico se plantea como imprescindible para formar ciudadanos comprometidos con su entorno.
- Redefinición de roles. Apuntan numerosos expertos que el papel del profesorado será el de acompañar a los alumnos y asistirles en su proceso de aprendizaje. Lejos queda, según esta tendencia, la concepción el docente como transmisor de contenidos.
- Deslocalización. La educación a distancia abre el sector educativo al mundo. Gracias a la tecnología se puede aprender lo que se desee, cuando se desee y donde se desee. Se rompen los límites espaciales y temporales para generar un ecosistema global que plantea múltiples opciones para el aprendizaje.
- Tiempo al tiempo. Ningún cambio ocurre de un día para otro ni de forma milagrosa. Cualquier modificación profunda en un sistema educativo requiere seguir unos pasos y analizar los resultados obtenidos.
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