Como individuos tenemos la necesidad de pertenecer a un pueblo o a un grupo, y éste nos otorga poderes y concesiones. Sin embargo, son las élites quienes gestionan e imponen sus criterios y su legitimidad para gobernar a la multitud.
La película Parásitos (2019), ejemplifica casi a la perfección las diferencias y el desprecio respecto grupos o clases sociales. Esta película muestra las brechas y grietas que se producen con el roce de clases sociales en una sociedad capitalista y cada vez más polarizada pero que, sin embargo, intenta dejar bajo el felpudo diferencias que realmente nunca han desaparecido.
Se muestra y se evidencia cómo la opresión, el rencor y la rivalidad entre clases pueden palparse en pleno siglo XXI, así como la misma rivalidad por el poder entre iguales. El desprecio por el otro marca un hilo conductor en toda la película, siendo un sentimiento inherente a nuestro comportamiento. Un desprecio marcado por las jerarquías presentes en nuestra sociedad y que no muy lejos están de los escritos de Rosseau en “El discurso sobre el origen de la desigualdad”. Parásitos muestra con gran sutileza y crudeza a la vez situaciones que ya advertía Rousseau: “Bajo malos gobiernos, la igualdad proclamada por las leyes no pasa de ser aparente e ilusoria. No debería consentirse que un puñado de gentes rebose de superfluidades mientras la multitud hambrienta carece de lo necesario”.
En el filme de Bong Joon-Ho se exponen innumerables diferencias, tanto directas como de más sutiles.
En primer lugar, y podríamos decir que se trata de la diferencia más evidente, es la vestimenta. La familia Kim, la más humilde, viste en su hogar con su ropaje habitual: camisas básicas sin mangas, pantalones de chándal/pijama e incluso van descalzos. Sin embargo, una vez asisten a la burbuja elitista que representa la familia Park, la vestimenta de los Kim da un giro radical y adoptan unos hábitos totalmente opuestos; ropa modesta pero elegante, que denote “buen gusto”. El buen gusto también es un elemento importante a la hora de marcar diferencias, y más en sociedades modernas. Así pues, el buen gusto se refleja en la forma de vestirse, de expresarse gestualmente.
Las escaleras también marcan diferencias, aunque éstas se muestren de forma más sutil en la película. Los dos mundos, el de los ricos y pobres, está separado por peldaños. Así pues, la vida de los adinerados se encuentra arriba mientras que, para acceder al mundo de la familia Kim, e incluso de los sirvientes, hay que descender. Esto lo vemos tanto en la casa de los Kim, ubicada casi en un sótano con vistas al asfalto, como en las escenas en las que la familia Kim se ve obligada a abandonar la casa en mitad de la noche y regresar a su hogar, recorriendo un camino donde tienen que descender innumerables escaleras.
Sin embargo existe una diferencia que marca un antes y un después en la trama de la película, que lleva al límite a los personajes y pasa la barrera de la racionalidad hacia la locura y la ira; hablamos del olor. Los Park equiparan el olor del chófer con el del metro. Aquí el olor marca el asco, lo repugnante. Así pues, se muestra, en Parásitos, como a un cliente de taxi puede parecerle desagradable el olor del taxista, que en este caso es relacionado con lo “rancio”, “viejo”, lo vulgar y lo humilde. Esta situación sirve de ejemplo extrapolable a la actitud que puede adoptar un grupo entorno a otro, provocando que el grupo señalado se reafirme en su actitud o su papel de “repugnante” y lo use como mecanismo de ira contra el otro. Esto es, de hecho, lo que ocurre en el final de la película.
Si bien puede parecer en un primer momento que los Park sean una familia ingenua, lo que hacen realmente, de forma inconsciente, es generar a partir de una falsa bondad unos mecanismos de superioridad: La familia Park cree ser bondadosa con la familia Kim otorgándoles a cada uno un puesto en su familia pero, realmente, les sirve como un mecanismo más de humillación, opresión y sometimiento.
Dejando a un lado las comparaciones y diferencias que existen entre los personajes de la película, es conveniente hablar de la desigualdad que vivimos en el mundo real. Y no habría mejor ejemplo que, dadas las circunstancias en las que nos encontramos actualmente debido a la pandemia global de coronavirus, reflexionar sobre las diferencias y desigualdades que existen en torno a este tema.
Es más que evidente que nuestra sociedad occidental no ha reparado en la importancia del COVID-19 hasta que éste ha irrumpido en las puertas de nuestros hogares: pues antes de eso, se trataba esta crisis como “un virus de los chinos” o incluso como una excusa para marcar más segregación entre culturas. Pero hoy el virus ha llegado a occidente – pues no entiende de fronteras- y ahora todos debemos asumir el rol de los anteriores excluidos.
Sin embargo, si existe un hecho más segregador que el mencionado anteriormente; es el hecho de que los famosos y grandes élites de alrededor del mundo tengan los recursos para realizarse test de Coronavirus sin tener síntomas, mientras personas de bajos recursos fallecen en sus hogares o en hospitales sin tener un diagnóstico sobre su patología, o son rechazados y se encuentran con demoras para poder hacerse una prueba.
Por desgracia, no solo el Coronavirus ha provocado que salgan a flote desigualdades entre clases, culturas y países. Aunque nos encontremos en pleno siglo XXI y las jerarquías sociales o feudalismos como tales hayan “desaparecido”, la realidad está muy lejos de ser así. Mientras existan personas que concentren gran parte de la riqueza, seguirá habiendo gente con pocos recursos que se vea obligada a someterse a los caprichos de las élites para poder ascender tanto socialmente como económicamente, convirtiéndose en nuevos parásitos de una sociedad con una brecha social cada vez más amplia.
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