La creatividad preocupa y yo me preocupo por los motivos por los cuales lo hace: ¿se reclama a la escuela que sea creativa para que los alumnos desarrollen su potencial o… porque no se sabe qué otra cosa reclamarle? La escuela comparte con la televisión pública un dudoso honor: se les pide e incluso exige todo tipo de cosas, se les reclaman misiones que no les corresponden y las más de las veces esas reclamaciones son contradictorias entre sí. Tengo la impresión de que la palabra creatividad se usa como comodín por la incapacidad de designar las causas de ciertos hechos y la imprecisión al tratar de identificarlas. Quizás la lectura de Fluir (Flow) de Mihaly Csikszentmihaly (Ed. Kairós) o de la web de Neuronilla podría aclarar ideas a algunos.
Me temo que todo el mundo habla de creatividad en la educación cuando quizás aluden a otra cosa en realidad. Entre algunos innovadores, se trata de una palabra mágica que habría de permitir desbloquear inmovilismos y motivar a los desmotivados (y como dice José Antonio Marina, motivar es hacer que alguien haga algo que no quiere hacer). Entre muchos críticos de ciertas posturas innovadoras, referirse a la creatividad es un quiebro para no afrontar las tareas necesarias y fiar a una palabra mágica la seriedad que la situación requiere. Mientras tanto, la pobrecita creatividad sigue ahí, sin culpa alguna por su parte, porque tanto unos como otros llaman así a algo que no es tal.
Propongo por todo ello que las personas que hablan de creatividad y se interesan por ella comiencen por experimentar con ellos mismos. Para empezar, aclarando conceptos: la creatividad no es mera espontaneidad, inconcreción o peor aún, arbitrariedad consentida. Tampoco se trata de algo limitado a las artes, incluso a las plásticas. Ni siquiera lo que ha sido apropiado en exclusiva por la publicidad. La creatividad es consecuencia y causa del aprendizaje: la capacidad de dar respuesta a interrogantes de manera certera y de hallar soluciones nuevas a problemas conocidos o imprevistos.
Como la creatividad bien entendida empieza por uno mismo, ahí van unos cuantos consejos prácticos y sencillos para empezar a cultivar la creatividad en la vida cotidiana, introduciendo en ella pequeñas cuñas que ayudan a potenciar nuestra creatividad innata.
- Aprecia la excelencia. Sal a la calle, a los escenarios de tu vida cotidiana, y fíjate en lo que hacen las gentes con las que habitualmente te relacionas. Observa cómo llevan a cabo sus actividades. Trata de percibir lo bien que hacen lo que hacen. Fíjate en la pescatera, cómo trocea, limpia y prepara el pescado, o en cómo el carnicero despieza la carne. O bien en el camarero, su forma de tirar la cerveza o preparar el café. ¿En qué reside su excelencia, por qué hacen tan bien lo que hacen, cómo lo hacen? No saques más conclusión que la de percibir y apreciar su excelencia y piensa en cómo harías de bien lo que ya haces haciéndolo como lo hacen ellos.
- Vuelve las cosas del revés. Observa cómo se hacen las cosas a tu alrededor. Imagina cómo sería que se hicieran de un modo diferente. ¿Qué cambiarías del modo de hacer de los que las hacen? Y luego, ¿cómo podrías aplicar ese cambio a lo que haces tú? Descubre hasta qué punto la rutina y la costumbre se han apoderado de tu vida empobreciéndola. ¿Cómo saldrías de esa situación, qué cambios harías?
- Mantén muy elevada tu aspiración. Decimos que trabajamos para ganarnos la vida, para realizar una profesión, para ejercer nuestro empleo. En absoluto; hacemos lo que hacemos para cumplir nuestro destino. ¿Qué es el destino? El lugar de nuestra vida al que tenemos que llegar para acabar siendo quien verdaderamente ya somos. Es bueno y necesario trabajar para vivir, pero es imprescindible orientar toda nuestra actividad y vida a ser quien somos.
- Conversa relajadamente con gente interesante.Dicen que todo se pega menos la hermosura. Adhiérete pues a quienes hacen cosas que desearías para ti o a quienes son como tú quisieras ser. Haz una lista, breve, de gente que conoces que se distingue por algo, algo que te parece interesante. Trata de conocer a gente semejante que te atrae o a quien admiras, si no la conoces pide a algún amigo que te la presente. Toma café con ellos, charla, pregunta. A todos nos gusta que alguien se interese por lo que hacemos, la gente se abre, y no veas cómo, cuando le pides que te cuente el cómo y el porqué de lo que hace.
- Imita a quienes son excelentes. Copiar tiene mala prensa, pero copiar lo bueno siempre es recomendable. Una cosa es robar ideas de otros y otra muy distinta aprender a hacer las cosas de quienes las hacen bien. Observa, aproxímate, asóciate con la gente que es excelente en su hacer y en su ser y déjate influir. Incorpora actitudes suyas, imita comportamientos, trata de averiguar cómo reproducir lo que ellos hacen. Eso es el mejor enriquecimiento posible. Nadie es una isla y nadie sale adelante desde el aislamiento.
- Deja volar la imaginación. Pero devuélvela a su jaula después. Abre brechas en tu vida cotidiana y concédete momentos de relajación y expansión en los que aflore mucho material que reside en tu inconsciente. Permítete soñar, imaginar, jugar con las ideas; mira cómics antiguos, ve películas y zapea por la televisión. Dibuja y toma notas desordenadamente y colorea ilustraciones. Son meros ejercicios que entretienen tu mente discursiva y permiten que aflore tu mente profunda.
- Juega más, juega como los niños y disfruta. Jugar es imprescindible y los niños son los grandes maestros del juego. Juegan tan bien que los maestros acaban hasta las narices de jugar con ellos porque es imposible superarlos. Mala cosa, pues, para los enseñantes cuando jugar pasa a formar parte de esas obligaciones que acaban abrumándole a uno. Urge reconciliarse con el juego y hallar el propio modo de jugar satisfactoriamente. ¿Qué nos divierte y hace estar alegres y dinámicos? Y sobre todo, ¿qué nos hace ilusión? Solamente recuperando las verdaderas ilusiones, las que se pueden poner en práctica ahora mismo, podemos volver a jugar como los niños y disfrutar. Sin juego no hay creatividad.
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