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Sebastián Davidovsky, sobre su libro “Engaños Digitales, víctimas reales”

© Gonzalo Pepe

El nombre del libro lo dice todo: lo que sucede en la digitalidad, no queda “en la nube”, sino que tiene consecuencias reales y de todo tipo. Delitos como grooming, ransomware o phishing nos pueden alcanzar a simples usuarios de la web, empresas, clubes de fútbol y hasta a la policía. Las personas por encima de los tecnicismos; los riesgos y desafíos que enfrentamos en el mundo digital.

Sebastián Davidovsky es un periodista argentino con amplia experiencia en temas relacionados con tecnología, premio ESET al Periodismo en Seguridad Informática en 2017 y 2019. Actualmente se desempeña en prestigiosos medios de su país como Radio con Vos, La Nación, Chequeado y Vorterix. En esta entrevista con Aika, nos comparte algunas reflexiones a partir de su investigación sobre nueve casos de estafas por internet y hackeos en la Argentina. Y sobre la potencia de las historias de vida para calar profundo y generar conciencia.

Portada del libro, editado por Penguin Random House.

Portada del libro, editado por Penguin Random House.

El común denominador de sus historias es la gente. Lo que le pasa, lo que siente, lo que padece. Imposible no conmoverse, identificarse, reconocerse en ciertos detalles tan humanos. Los momentos en que la víctima queda atrapada en una situación que parece irse de las manos, su angustia y desesperación. Y el peligro del silencio por vergüenza, que lo agrava todo.

En tu libro profundizaste en la dimensión humana de los engaños digitales, ¿qué te llevó a pensarlo así?

Tal vez por venir de cubrir como periodista el mundo de la tecnología, sentía que cada vez que se hablaba de seguridad informática se abordaban las cuestiones técnicas pero no se hablaba de qué le pasa a alguien cuando -por ejemplo- tiene que pagar un rescate porque le secuestraron los datos. Y eso, en definitiva, es lo más importante porque las computadoras se cambian o se formatean pero la pérdida de datos o de dinero genera en las víctimas traumas y conflictos mucho más fuertes. Sentí que era allí donde había que puntualizar para entender la real dimensión de lo que puede pasar con un engaño digital y evitar que estos delitos se sigan repitiendo.

¿Qué tipo de vulnerabilidades encontraste?

Hay vulnerabilidades técnicas, por supuesto, pero en el mundo digital, sobre todo, se juegan vulnerabilidades emocionales anteriores a la conexión: la falta de trabajo, de dinero, de amor, de contención, la soledad. Y ahí está claramente el riesgo potencial de estas estafas, por su escala, por el tipo de delito con esa especie de “mediomundo” que tiran los atacantes y en el que queda atrapada mucha gente al mismo tiempo. Por eso trato de contar estas historias: cuando alguien me dice “no caí porque leí tu historia”, yo siento que sirvió, que aporté mi granito de arena.

En el mundo digital se juegan, sobre todo, vulnerabilidades emocionales anteriores a la conexión: la falta de trabajo, de dinero, de amor, de contención, la soledad.

Las víctimas de este tipo de engaño, al menos las que me contaron sus testimonios, sienten mucha vergüenza, no pueden creer haber caído en esa trampa, les resulta muy difícil contarlo. Yo traté de entender específicamente qué les pasó, en qué momento sucedió, cómo fue que llegaron a darle la información a los estafadores. Esta es la parte más ilustrativa que te sirve a vos como aprendizaje. Cuando conocés la historia en sus detalles, cambia la percepción. Tenemos que dejar de pensar que uno está exento y empezar a pensar cómo funcionan, cómo son estos operativos mentales, psicológicos y técnicos para entender cómo cualquiera de nosotros puede caer.

¿Cómo son estos operativos?

Es muy diverso el universo. Yo empiezo el libro con un capítulo en el que la víctima es la Policía Federal Argentina. Ahí empieza todo con un phishing, un mensaje digital de alguien que simula ser de una institución pero en realidad no lo es. En este caso, un mail falso de la Obra Social de la Policía. Las casillas destinatarias, si bien eran utilizadas oficialmente por distintas dependencias de la Policía, eran @gmail, porque era todo muy burocrático para sacar una cuenta de correo electrónico de la institución. Ahí fueron engañadas por lo menos ocho cuentas, que respondiendo con el envío de sus datos permitieron a los delincuentes entrar a las cuentas de Google Drive de la Policía y filtrar la información de escuchas telefónicas y demás. Esa es una parte, que te desnuda la falta de estructura.

Después hay otros casos, por ejemplo los engaños en  Tinder. Ahí todo comienza con un match entre una mujer que está en la Argentina y un hombre que está en el exterior, un supuesto ingeniero nuclear. Empieza un diálogo, correos electrónicos que van, que vienen, donde se da una historia de amor realmente, con mails súper amorosos. En un momento determinado el hombre le dice que le manda unos regalos, estos “quedan en la Aduana de Malasia” y le pide a ella que pague una multa para liberar el paquete. Ella lo hace y ese es sólo el primer paso, porque después ella tiene que abrir una cuenta bancaria para recibir dinero, después pagarle a un supuesto abogado del hombre porque quedó comprometido en causas de lavado de dinero y toda una serie de cosas más en las que la víctima termina cayendo por amor.

También hay delitos como el ramsonware, que es el secuestro virtual de datos. Ahí quizás hay alguien que activa algo o hay una vulnerabilidad en el sistema, por el cual los delincuentes logran acceder a los datos de la víctima. Hoy están de moda dos modalidades. En una, los datos están en las computadoras  de la víctima pero los delincuentes los encriptan y piden un rescate para “devolverlos”. En la otra, hoy muy frecuente y bastante aterradora, los delincuentes hacen copias de seguridad para, en caso de que la víctima no quiera pagar el rescate, filtrar esos documentos y hacerlos públicos. Eso es lo que pasó recientemente con la Dirección Nacional de Migraciones, que recibió un mensaje extorsivo de este tipo.

Si bien hay algunos ataques dirigidos, es un error pensar que a uno -como no es importante ni rico- no le va a pasar. Porque los delincuentes no están pensando en uno específicamente, están pensando en la escala. Justamente lo que permite el delito digital es que haya cientos, miles o millones de personas atacadas en el mismo instante en todo el planeta. En el mundo físico eso no es posible. Ahí está lo peligroso en términos de magnitud, escala y potencialidad.

Tenemos que empezar a pensar cómo funcionan, cómo son estos operativos mentales, psicológicos y técnicos para entender cómo cualquiera de nosotros puede caer.

Tenés hijos pequeños, ¿qué de lo aprendido en tu investigación incorporarás a su crianza?

Claramente muchas cosas en términos de seguridad de las cuentas. Y -si bien no es tema del libro- también en términos de tiempo en pantallas.

Hablando con gente que sabe mucho de estos temas aprendí que es importante ponerles ejemplos a los chicos. Lucía Fainboim, la Directora de Educación de Faro Digital, me decía que a los chicos les cuesta mucho pensar que un perfil pueda ser falso, pero uno les puede hacer ver que con 11 años, por ejemplo, no podrían tener una cuenta en Facebook y sin embargo han mentido la edad para poder hacerlo; entonces otra persona podría hacer exactamente lo mismo con su identidad. Esos pequeños ejemplos, conversaciones, pueden ayudar. Después, que uno caiga, puede pasar; son grandes los desafíos que tenemos como padres.

Sobre el cierre de tu libro, con la pandemia, hubo lo que vos llamás “un exilio analógico”. ¿Cambió algo en relación a los riesgos de engaños digitales?

Yo veo todavía mucho aprendizaje a costa de la seguridad, y va a seguir pasando porque hay muchos preconceptos que no ayudan, como el de “nativos digitales”, que nos hizo decir que los chicos iban a distinguir hasta los contenidos que ven. Pero una cosa es adoptar herramientas y otra es saber utilizarlas, y eso involucra a personas de cualquier edad.

En el libro cuento historias de personas de 12, 25, 40, 60 años, de todas las edades, niveles económicos y académicos. Pero hay algo que atraviesa realmente a todos, tanto por sus vulnerabilidades técnicas como emocionales.

Me parece que falta mucho, que recién estamos empezando, y que los delincuentes en muchos casos van mucho más rápido, buscan técnicas o entienden bien esos comportamientos para ir complejizando sus estrategias de engaño. Entonces nosotros tenemos que estar cada vez más atentos. Ahí entra en contradicción la atención con la búsqueda de la solución en internet, porque todo el tiempo estamos tratando de encontrar soluciones: pagar una cuenta rápido, en el ascensor, ahora, ya. Esa optimización de nuestro tiempo va en contraposición con la atención que muchas veces debemos tener.

Hay una contradicción entre la atención que muchas veces debemos tener, y la búsqueda de soluciones rápidas en internet.

En ese sentido, ¿cuáles son los desafíos de la educación?

Creo que hace falta contar más historias para que los conceptos que estamos tratando de transmitir en términos de Educación Digital entren de forma más profunda. Creo que la mejor forma es dejar de estigmatizar a las víctimas y que ellas salgan de esa vergüenza, que es difícil pero fundamental. Tal vez este es el gran desafío de la educación, y del periodismo también: no decir “esto puede pasar” sino “esto pasó y él te lo cuenta”. Y tratar de llegar con esas historias a la gente para que entienda cuáles son los riesgos y -sin `paranoiquearse’- poder hacer un uso saludable del mundo digital.

Hace falta contar más historias para que los conceptos que estamos tratando de transmitir en términos de Educación Digital entren de forma más profunda.

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