La crisis mundial ocasionada por la pandemia del COVID-19 esconde un problema que no es nuevo, pero se ve intensificado en estas épocas extraordinarias. Es que a la preocupación e incertidumbre por la alarma sanitaria se le suma además la de la desinformación y las fake news, cuyos efectos se ven reflejados en la calidad de vida de los ciudadanos.
Actualmente el gobierno de Reino Unido está llevando adelante una campaña de concientización junto con la Organización Mundial de la Salud (OMS) para alertar a la población sobre los riesgos de la información falsa o incorrecta. “Stop the Spread” (o Detiene la propagación, su nombre en español) se trasmite en distintos países a través de la cadena televisiva BBC y busca crear conciencia sobre los efectos de la desinformación y mitos acerca de la propagación, diagnóstico y tratamiento de la enfermedad; efectos que, sumados al aislamiento social, están teniendo un impacto negativo en el bienestar emocional de los ciudadanos.
Al 24 de mayo, cerca del el 47% de la población británica se ha visto afectada por sentimientos de soledad, angustia, ansiedad, estrés, agotamiento y/o aburrimiento, y el 67% mencionó sentirse preocupado por las consecuencias del virus (ONS). Estos datos se vieron también reflejados en el incremento de consultas a profesionales de la salud mental.
Como Psicóloga Clínica y Educacional trabajando en Escocia he podido observar que, desde el inicio del confinamiento, no sólo la totalidad de los consultantes aceptaron continuar su tratamiento de manera remota -mientras que antes se mostraban más reticentes a esta modalidad- sino que además las consultas aumentaron de manera significativa en sólo tres meses; más precisamente un 83% (1).
La mayoría de estos nuevos consultantes son personas adultas que buscan comenzar una terapia alegando síntomas de ansiedad y depresión acentuados por el encierro. Pero también padres y hermanos se han puesto en contacto consultando por menores de edad que experimentaban cambios en sus estados de ánimo y dificultades para socializar. Estos nuevos pacientes no sólo indicaban síntomas intensificados por el aislamiento, sino que también en sus discursos comenzaron a aparecer inquietudes asociadas a la infodemia (2). Las dudas sobre si el virus fue creado en un laboratorio, si lo hicieron para controlarnos, si se puede prevenir consumiendo un té de hierbas o si nos están ocultando la vacuna son sólo algunos de los cuestionamientos que surgieron en las sesiones y han despertado síntomas y emociones diversas.
No es novedad, las noticias se difunden a tal velocidad alrededor del mundo que resulta difícil asimilarlas, provocando así sentimientos de ansiedad, angustia, agobio, desesperanza y soledad. Lo cierto es que la rapidez con la que se propagan los datos, sumado a la falsedad de muchos de ellos, produce una especie de contagio emocional. De esta manera, las preocupaciones e incertidumbre por la pandemia se ven potenciadas por los efectos en la salud mental de los ciudadanos y el daño total termina siendo aún mayor.
Estamos, entonces, atravesando una doble crisis generada por la propagación del virus y la desinformación. Crisis que, en el sentido más psicológico del término, se refleja en un proceso de desorganización debido a la dificultad de adaptarnos a este nuevo entorno. Pero las crisis pueden ser también oportunidades si se cuenta con los recursos necesarios para superarlas. Para ello debemos avanzar hacia una sociedad capaz de transformar la información en conocimiento y de comprender a los medios de comunicación de una manera crítica. Es necesario repensar los viejos y los nuevos entornos, sobre todo en términos de recepción y análisis de la información. Ya vemos que no estamos exentos de los efectos de esta doble pandemia, que alcanza cada vez más ámbitos y sectores sociales. La alfabetización mediática es ya una urgencia y no puede, entonces, ser preocupación de unos pocos agentes, sino más bien una responsabilidad de todos.
Por tal motivo, quienes trabajamos como psicoterapeutas o en el ámbito de la salud mental, no podemos desestimar estos nuevos conceptos que aparecen en el discurso de los consultantes y sobre todo su dificultad para asimilar esta sobrecarga de información. Debemos, además, estar preparados para promover la reflexión también en este campo.
Si en estos tiempos hemos aprendido que cuidarse es también cuidar a otros, en términos de desinformación y noticias falsas, podemos decir que cuidar el contenido que recibimos y publicamos es también cuidarnos entre todos.
(1) Basado en consultas realizadas a través de la página Psychology Today.
(2) Término que la Organización Mundial de la Salud utiliza para referirse a la masificación de información circulante.
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