—Papa, ¿por qué no vamos esta tarde a la biblioteca? —me pides con insistencia en el parque.
Y a mí me entra un subidón, al tiempo que se me ilumina la cara. ¿Cuál es el milagro que hace posible que una niña de diez años te pida que la lleves a la biblioteca un viernes por la tarde? Sinceramente, no tengo respuesta a esa pregunta. Lo único que puedo decir es que hace un par de meses instauré la posibilidad de ir a la biblioteca cada quince días, y desde entonces se ha convertido casi en una liturgia. La realidad es concluyente: cuando una persona está motivada es capaz de hacer lo que sea para obtener el benéfico que esto le representa.
No he leído demasiado sobre neurociencia, pero lo poco que sé confirma que la mejor forma de aprender es leer, escribir y tomar notas. Siempre he creído que viajar y leer son los ingredientes fundamentales para conformar el gusto de una persona. Hoy en día el buen gusto está considerado como algo clásico, pero clásico no es sólo lo antiguo, sino lo que tiene clase. Todo lo que leemos o escuchamos una y otra vez porque siempre tiene algo diferente que decirnos. Aquello que nos abre horizontes y nos hace más imaginativos.
Dice el ensayista italiano Alfonso Berardinelli en su último libro Leer es un riesgo (Círculo de tiza) que “querer leer y saber leer son costumbres cada vez menos garantizadas. Leer libros no es algo natural y necesario como caminar, comer, hablar o usar los cinco sentidos. No es una actividad vital, ni en el plano fisiológico ni en el social. (…) Es tanto un placer como un propósito de mejora”.
Mientras nuestros hijos crecen hemos de leer juntos y compartir con ellos las experiencias de los libros que leemos
Leer, hoy más que nunca, es un riesgo. Pero os preguntaréis por qué. Pues porque leer nos abre los ojos y elimina el miedo a pensar. Aunque parezca una perogrullada los libros no están hechos para que alguien te examine sobre su contenido, sino que están escritos para ser leídos. La mayoría de nuestros hijos no frecuentan con demasiada asiduidad los libros ni las bibliotecas, sino que se sienten más atraídos por la soledad compartida de las nuevas formas de comunicación. Mientras ellos crecen hemos de leer juntos y compartir con ellos las experiencias de los libros que leemos. Como padres y madres hemos de cambiar la forma de estimular la búsqueda de conocimiento jugando el partido como el entrenador, participando del mismo, no como meros árbitros que sólo buscan la falta.
Los sumerios llamaban a la biblioteca “la casa de la memoria”, los egipcios “el sanatorio del alma”, y los tibetanos “un mar de piedras preciosas”. Los libros, como la arena, son infinitos, aunque los buenos libros escasean como los diamantes. Leer siempre es un riesgo porque nos invita a ser menos estúpidos cada día.
—¡Venga! Recoge la mochila que nos vamos —respondo.
De camino a la biblioteca mi cabeza se llena de violines mientras recuerdo al genial Daniel Johnston. No vivamos nuestras vidas en vano. Viajemos, leamos, escuchemos al otro. No hay nada más grande que descubrir que, a lo mejor, el otro tiene razón. Tengo la convicción de que en estos tiempos convulsos los libros nos salvarán. Por eso me encanta ayudarte a asumir el riesgo de leer en compañía.
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