En 1989 la guerra fría se estaba viniendo abajo a ojos vista. Cayó el muro de Berlín y parecía que, con él, todos los muros se harían añicos. E Internet y la web disolvían las distancias y mostraban la posibilidad de abrir un diálogo universal.Eran signos de una incipiente apertura.
Sin embargo, pasados solo 30 años, el vendaval de crisis, guerras, y migraciones de la segunda década del XXI ha venido a cambiarlo todo. Aquellos signos se han convertido en evidentes cierres y en marcha atrás. Y Trump en el principal símbolo de ese salto al pasado.
Figuras como Trump, desde luego, ha habido muchos en la historia. Pero ha sido él quien mejor que nadie ha sabido simbolizar y catalizar ese sentido retardatario y reaccionario del momento que no solo preocupa en términos políticos sino educativos.
Símbolo de cerrazón
Tras su “asalto” a la Presidencia de EEUU, este colérico, narcisista, agresivo e histriónico anti-político, de origen escocés, ha logrado convertirse en la clave de la cerrazón. Y empieza a representar una auténtica amenaza para los valores de la escuela democrática norteamericana.
Trump empieza a representar una auténtica amenaza para los valores de la escuela democrática norteamericana
Porque el problema de Trump no es que pueda retrasar en 70 años la evolución de su país. El mayor problema es que está ejerciendo un “magisterio” universal que, además de perjudicar la estabilidad mundial, puede desbaratar los progresos del sistema educativo norteamericano. ¿Cuál es ese “magisterio”?
Una ideología contundente
Tal y como le hemos oído decir, el mensaje de Trump es simple y cerrado. Consiste, pura y llanamente, en un patriotismo excluyente: lo primero, EEUU. Identifica demagógicamente un enemigo y lo convierte en un culpable de todos los males –sean los musulmanes u otros-. Promueve soluciones drásticas, y finales: levantar muros, expulsar personas, etc. Y defiende un sentido de la autoridad intempestivo, basado exclusivamente en la fuerza –sea la del dinero o cualquier otra-.

Pero hay algo más taimado, e insidioso en esa ideología. El culto a la personalidad y su, consecuente, vocación “antisistema”. O lo que es lo mismo, la defensa de la idea de que el líder está por encima de cualquier orden legal. Es decir, propone subliminalmente una forma personal de “usurpación” del poder que parece afirmar: si el líder posee carisma y un arrojo temerario, entonces merece estar por encima de cualquier institución, de cualquier consenso, de cualquier asamblea. Por encima, pues, de lo que, en sus palabras, son los cambalaches de Washington…
Cómo calan los mensajes
Esta ideología, facilona y para muchos de “sentido común”, va a hacer mucho daño en la esfera pública mundial. Lo está está haciendo ya, por un lado, a través de las redes sociales o de la televisión, pero, también, por otro, a través del contagio de su actitud a muchos líderes políticos. Pero más daño hará, a medio plazo, en las escuelas norteamericanas y por extensión en las de otras partes del mundo.
Tanto Facebook como Twitter no han sabido o querido contrarrestar el efecto perturbador del mensaje de Trump y sus partidarios
Por lo que se refiere a la esfera pública, los indicios del mal producido son muchos. Tanto Facebook como Twitter no han sabido o querido contrarrestar el efecto perturbador del mensaje de Trump y sus partidarios. Han difundido noticias falseadas sin ningún pudor. Y, entre todos, han provocado un ambiente de agresividad, y desconsideración, y han instigado el odio y la xenofobia.
También ha favorecido la aparición de políticos que se identificaban con él. Putin, por ejemplo, ha enviado tantos guiños de complacencia con el nuevo presidente de EEUU, que no puede esconder que aspira a disponer de un homólogo de su mismo estilo de liderazgo. Teresa May, por su lado, parece haber hallado una columna de fuste en la que sostener su atropellada defensa del Brexit. Le Pen parece reforzada y se halla reconfortada. Urban, en Hungría, debe de imaginar que ha encontrado su alma gemela. Son solo algunos ejemplos, pero surgirán otros nuevos.
Pero, sobre todo, el fenómeno Trump puede afectar como un corrosivo formidable a las escuelas norteamericanas. Puede destruir muchos de los valores en las que estas se basan. Y puede implicar un perjuicio difícil de solventar en años.
No cabe duda. El magisterio de Trump es contrario a la mejor tradición pedagógica en EEUU. John Dewey defendía la necesidad de pensar la educación como una escuela de democracia y como un magisterio de valores democráticos, no podía imaginar que un día el Presidente de EEUU podría convertirse en el mayor destructor de esos mismos valores.
Contra las escuelas
¿Cabe alguna duda del daño que puede sobrevenir? La pedagogía norteamericana y el discurso público en que se ha apoyado, siempre se ha basado, aunque con algunas contradicciones, en el patriotismo inclusivo, el respeto a la diversidad y al otro, en la multilateralidad y la mediación. Es decir, justamente, en todo lo que ahora el Presidente de su país empieza a poner en cuestión. Sabemos que los mensajes racistas perturban la convivencia escolar y provocan xenofobia. Que la agresividad en las redes facilita el acoso y el maltrato moral. Conocemos a la perfección, las dificultades del profesorado a la hora de defender el respeto mutuo y convivencia en ambientes en que se impone la agresividad contra el extraño. ¿Por qué, entonces, el discurso de Trump habría de ser inocuo?
Trump ha abierto la espita a la construcción de un imaginario centrado en el individualismo egoísta, en la xenofobia, en la exclusión y en la agresión. Sus salidas de tono, sus constantes amenazas a los interlocutores, su lenguaje duro, su machismo y su falta de respeto hacia los débiles son una bomba de relojería. Tarde o temprano es bomba estallará de un modo u otro.
Solo la resistencia decidida de los educadores, su determinación en la defensa de los derechos humanos y en la potencia del diálogo puede evitar la catástrofe
Nubarrones negros de tormenta
Es cierto que, al menos, el triunfo de este millonario en las elecciones ha despertado una notable ola de protestas y de críticas. Pero estas no bastarán. No podrán compensar, por sí solas, el efecto nefasto que el fenómeno Trump puede causar en la educación a medio plazo. Ni, desgraciadamente, evitarán que su nefasto magisterio cale en las mentes de algunos jóvenes. El sórdido ejemplo de su mala educación puede hacer estragos.
Solo la resistencia decidida de los educadores, su determinación en la defensa de los derechos humanos y en la potencia del diálogo puede evitar la catástrofe.Pero, en todo caso, durante mucho tiempo los nubarrones negros estarán colgados encima de todas las escuelas norteamericanas.
Add Comment