Por: el Blog del Consejo Audiovisual de Andalucía
En las primeras semanas de este año recién estrenado se habla mucho de la posverdad, elegida palabra del año por el Diccionario Oxford. Este término describe la situación por la cual, los hechos objetivos tienen menos influencia que las emociones y las creencias personales en la formación de la opinión pública.
Y ha sido elegida para explicar el resultado del referéndum sobre el Brexit o la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales norteamericanas. Dos resultados a sendas consultas ciudadanas contra todo pronóstico y basados, como se ha visto posteriormente, en argumentos y datos falsos difundidos por algunos medios de comunicación y, sobre todo, multiplicados a través de las redes sociales.
La consolidación de internet como medio de comunicación y fuente de información ha transformado profundamente las dinámicas del periodismo, garante del derecho fundamental a la información veraz. Ha causado una enorme crisis en el modelo de negocio de los diarios impresos.
La convivencia de los medios de comunicación tradicionales con internet ha provocado además una relajación, cuando no, abandono, de algunas normas fundamentales del oficio: el contraste de las fuentes y la contextualización, ambas sacrificadas en pos de la inmediatez y de lo que en el argot internauta se denomina “cliclbait” (neologismo que describe la generación de contenidos de escasa calidad o exactitud, encabezados con titulares sensacionalistas, para atraer al lector internauta y fomentar su difusión en las redes sociales. Su única misión es generar ingresos publicitarios en internet).
En Andalucía, el 70% de la población utiliza internet de forma habitual para entretenerse o informarse, según los datos recogidos en el último Barómetro Audiovisual de Andalucía. Para este amplio porcentaje de la población, internet ha alcanzado a la televisión como principal fuente de noticias y las redes sociales desarrollan un papel muy importante en esta función a pesar de no ser medios periodísticos, es decir, regidos por las normas deontológicas y estándares de calidad exigibles a aquellos.
Según el estudio Connected Life, de la consultora TNS que recoge comportamientos digitales de 60.500 internautas de 50 países, pasamos más de tres horas al día de media mirando el móvil o la tableta. Entre los jóvenes de 16 a 24 años este hábito ocupa, de promedio, tres horas y media diarias. Y permanecemos conectados a las redes sociales una media de dos horas al día.
Volviendo al inicio de este artículo, la posverdad no es más que la mentira, como también se comenta al hilo de este contexto. Ocurre que hoy más que nunca, la mentira se propaga y multiplica a gran velocidad y eficacia a través de internet, un espacio mediático que cada vez acapara mayor audiencia, y donde no se rinden cuentas sobre los fraudes a la opinión pública, donde apenas existe transparencia y, como estamos viendo, se dirime una batalla por la manipulación de la opinión pública con fines espurios a unos niveles novelescos.
Algunos importantes actores están empezando a tomar medidas para dejar de contribuir a esta devaluación informativa que explicaría en gran medida los triunfos del Brexit y de Dondald Trump. El New York Times ha decidido renunciar al famoso principio periodístico de difundir dos versiones enfrentadas y equivalentes. Por primera vez, el diario abrió su edición con el titular de que Trump era un mentiroso. No se trata de decir a la gente lo que debe pensar, explicó el director del diario; se trata de decir quién miente. Otro referente periodístico, la BBC, ha anunciado recientemente la creación de un equipo específico para desenmascarar las noticias falsas y verificar las noticias divulgadas a través de las redes sociales.
Ambas decisiones coinciden en el tiempo con el propósito de enmienda proclamado por Facebook con la puesta en marcha de un filtro para detectar noticias falsas difundidas a través de su plataforma. La popular red social estrenará este filtro en Alemania, donde pronto se celebran elecciones generales, en respuesta a la presión de este país que ha anunciado fuertes sanciones a Facebook por difundir informaciones falsas.
Ante este panorama tan acelerado, ahora, como antes, sigue siendo fundamental la alfabetización mediática a la que hay que añadir también la digital. Un artículo reciente del periodista e historiador británico Timothy Garton Ash lo defendía así: “La destreza necesaria para utilizar internet, que facilita la posibilidad de contrastar rápida y eficazmente las afirmaciones, debería entrar a formar parte de todos los programas escolares”. El resto va de suyo.
“La destreza necesaria para utilizar internet, que facilita la posibilidad de contrastar rápida y eficazmente las afirmaciones, debería entrar a formar parte de todos los programas escolares”
Mucho antes de la aparición de internet, la capacidad de análisis crítico ante los medios de comunicación era una habilidad que podía suponer una gran diferencia a la hora de calcular el nivel de salud democrática de una sociedad. La capacidad de manipulación de la prensa, la televisión y la radio está fuera de toda duda. Internet y las redes sociales son otro actor más en este ecosistema mediático en el que nos encontramos.
Se dice con frecuencia que vivimos una época única en cuanto a la posibilidad y facilidad de acceso a la información. Pero esta abundancia de fuentes no debe engañarnos. Disponer de mayor acceso a la información que nunca no equivale a estar más y mejor informados que nunca, a veces puede ser todo lo contrario.
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