¿Qué tienen en común una bandera con el rostro de Donald Trump sobre la figura de Rambo en una manifestación alemana y pancartas con la letra Q en protestas dentro de Estados Unidos? ¿por qué hay una versión canadiense de chalecos amarillos usando la misma consonante para protestar contra las políticas de gobierno de Justin Trudeau? ¿Cuentas en redes sociales en diversos países de Norteamérica, Europa y América del Sur usando la Q? ¿tiendas de comercio electrónico con souvenirs Q y emblemas de distintos países?
¿Hablamos de un complot que se ha extendido por cada rincón de este mundo y cuya sombra se cierne sobre las bases de la democracia? Sí y no. La Q viene del movimiento de origen virtual QAnon, que a modo de una red internacional opera desde el anonimato con el fin de desestabilizar a partidos o gobiernos siempre que no sean republicanos o de derecha, pero en realidad funciona con una mística sectaria y mesiánica.
Se trata una creciente comunidad, nacida en redes sociales estadounidenses alrededor del 2017 y cuyo credo afirma, en su versión más extrema, que existe un Estado profundo, conformado por políticos demócratas y estrellas de Hollywood, que conspiran en contra de Donald Trump y dirigen una red de pedofilia que se come a los niños y bebe su sangre para mantenerse jóvenes y atractivos, rindiéndole culto a Satán.
Para los QAnon el presidente estadounidense es el Mesías que encarcelará a estos antihéroes en Guantánamo, cuando llegué la tormenta o el momento en el que él acabe con ese poderoso y corrupto grupo de élite mientras que ellos se perciben a si mismos como su red de soporte. Son los apasionados activistas que siguen cada una de las palabras o gestos de Trump para interpretar las señales que les manda por redes sociales o declaraciones públicas. Además de evangelizar desde sus redes sociales su teoría conspiratoria a fin de ampliar la red de seguidores de este culto.
¿El partido demócrata? ¿red de tráfico sexual de menores? ¿ritos de sangre y Satán? ¿el Papa Francisco? Suena a demasiado, pero así es la filosofía QAnon: flexible. La mezcla de todas las teorías de conspiración, la denominada madre de ellas, porque agrupa a diversas corrientes conspiratorias y las adapta en una narrativa que se acomoda a cada sociedad a donde ha llegado.
Junta el Pizzagate, la teoría que afirma que Hillary Clinton y sus allegados dirigen una red de tráfico de menores que funciona en el sótano de una pizzeria; el asesinato de John F. Kennedy como una conspiración; la afirmación de una verdad alternativa sobre el atentado de las Torres Gemelas; dudas sobre la llegada a la luna; al terraplanismo; la invasión del Islam en Europa; y propone que el coronavirus es una invención de los poderosos para mantener controlado al pueblo y a su vez sugiere usar el dióxido de cloro para curarse de la misma enfermedad que niegan, etcétera.
Cuenta con un lenguaje propio en el que la letra Q predomina, junto a otra suma de consonantes (WWG1WGA), frases como “el Gran Despertar” o “seguir al conejo blanco”, y palabras o lemas orientados a la defensa de la infancia, como #SavetheChildren. Esta última es también el nombre de la reconocida ONG del mismo nombre, lo que a nivel de gestión de marca es efectivo, pero es de ética dudosa, porque busca atraer adeptos a costa de la confusión con el nombre de la institución sin fines de lucro referida, que ya lleva años haciendo un trabajo real para proteger a los niños en estado de abandono o que sufren abuso.
Aunque para algunos suena descabellado y tiene la forma de un rompecabezas con piezas dispares, habría que tomárselo más en serio. Esta comunidad que nació como un movimiento marginal de poca importancia, en el foro de discusión 4chan, ha crecido sin parar y en esto las redes sociales han sido un factor clave.
Según un informe interno de Facebook, revelado por el portal NBC News, actualmente hay más de tres millones de miembros y seguidores de esta teoría conspiratoria en esta red social. De su lado Twitter identificó alrededor de 157 mil cuentas ligadas a este movimiento, Youtube a decenas de miles y otras redes sociales como Tik Tok el hastag #QAnon alcanzó más de 83 millones de vistas en julio de este año según Digital Trends.
El crecimiento de este movimiento en la esfera digital se ha visto favorecido por la pandemia del coronavirus, que es cuando más ha crecido, apoyándose en las redes sociales y sus poderosos algoritmos. En esto, el rol de Facebook ha sido vital para asegurar este crecimiento y Tik Tok empieza a configurarse como una red potente para estos activistas.
Así, los QAnon no solo crecen en número sino en fervor, lo que se refleja en la popularidad que alcanzan los productos de esta subcultura. Por ejemplo, en el video de 26 minutos “Plandemic”, que denuncia el uso del coronavirus como una estrategia de los poderosos para acumular más poder y dominar a la población fue más viral que Taylor Swift o en las pequeñas e-commerce que venden souvenirs relacionados a este movimiento, como polos o banderas con un precio promedio de 50 euros. Sin duda, hay una demanda.
Y el problema es que este movimiento ya permeó el mundo real y se ha hecho presente en manifestaciones a lo largo del mundo, incidentes amenazantes, crímenes en Estados Unidos o atentados en otros países a nombre de esta creencia. El FBI ha emitido un informe en el que califica a los grupos conspiratorios extremistas como una amenaza creciente, indicando que existe una lista de arrestos, relacionados a hechos violentos y motivados por estas creencias.
De igual manera preocupa que tal teoría además de ser seguida por ciudadanos descontentos con sus gobiernos o desesperados por la incertidumbre que genera el covid-19 en la vida de todos, es arropada y usada estratégicamente por intereses políticos. En plena campaña electoral estadounidense, cuando ha sido consultado respecto a este movimiento, Donald Trump se ha referido a ellos con respuestas evasivas pero condescendientes y de simpatía, validándolos.
Tal comportamiento no solo ha envalentonado a sus seguidores sino que ahora algunos de ellos están cada vez más cerca de alcanzar un espacio en el Congreso de Estados Unidos. La republicana Marjorie Taylor, una ferviente partidaria de la teoría más extrema de QAnon, acaba de ganar una primaria en Georgia, mientras que otros candidatos afiliados a este movimiento ganaron primarias a nivel federal y estatal, según relata The New York Times.
Nada tan hiperrealista como el mundo digital hoy en día. Pero ¿cuánto más puede crecer QAnon? No se sabe. Desde su lado las redes sociales empiezan a preocuparse por limitarla y están tomando algunas opciones con miras a este objetivo, pero no funciona su fórmula, porque son víctimas de su modelo de éxito: el algoritmo potente que a costa de mantenerte conectado te sugiere los contenidos que más se acercan a tus intereses o gustos o inclusive los más virales. Así, las recomendaciones de videos o contenidos “Q” han ampliado sus contactos.
La clase política y su brazo legislativo y judicial no actúan al respecto o no saben cómo hacerlo y no han sido capaces de salir del debate diario de este tema para tomar medidas que frenen este fenómeno, como una legislación eficaz para un mundo digitalizado o incluso un monitoreo eficiente de estos grupos que operan desde el anonimato de internet.
¿Casualidad o ineficiencia? Considerando los aparentes guiños entre este movimiento y algunos miembros del partido republicano o figuras políticas en otros países que se nutren de la mística de los QAnon. Tales prácticas evidencian un peligroso uso político que crece cada vez más y cuya versátil filosofía es capaz de extenderse en otros contextos político-sociales, como en Europa o América Latina, en donde gracias a la narrativa conspiratoria negacionista del coronavirus se está formando un semillero de seguidores. Será cuestión de observar los discursos y mensajes de los políticos, algunos ya hacen referencias a algunas de las frases usadas comúnmente por este grupo.
Estamos atravesando por una tormenta perfecta, que reúne a todos los ingredientes para que se dé el peor escenario y florezcan las teorías de la conspiración. Sumemos: un enorme descontento de la población por políticas económicas y sociales que han generado desigualdad, aprovechamiento político, extremismos que resurgen, algoritmos que incentivan la polarización y un contexto de incertidumbre debido a la crisis del coronavirus y sus impactos.
¿Qué queda por hacer?
Desde el lado del gobierno y las instituciones se hace imperativo incorporar medidas de sensibilización social que calen en la población. Una de ellas, la alfabetización mediática. Urge introducirla en la formación escolar básica e incluso en la universitaria. Alemania, que ve preocupada un auge de estos movimientos. Ha sugerido incorporar dentro de su educación básica el abordaje educativo de este tipo teorías para frenar la radicalización.
Del lado de los medios y los periodistas hace falta mucho más por hacer. La desacreditación que han sufrido de cara al ciudadano por los propios errores cometidos, como el descuido al informar, el sensacionalismo y la insistencia en modelos de negocio puramente publicitarios, lo que pone a la prensa a merced de intereses corporativos ha comprometido su reputación.
Más aún, cuando tenemos a líderes políticos populistas que califican a los medios como vendidos y a la prensa como mentirosa con el fin que las investigaciones en su contra también sean devaluadas; o que acuñan términos para referirse a las noticias, el principal producto informativo de los periodistas, como fake o falso, lo cual es incongruente porque una noticia es verdadera o no es noticia; o conceden polémicos premios a las fake news que conceden solo a la prensa opositora, como lo acaba de hacer el presidente Donald Trump. A eso se le llama matar al mensajero.
Desde el punto de vista personal, no se puede convencer al creyente de que está equivocado, porque se sentirá atacado en su identidad. Andreas Petrik, profesor de la Universidad Martin-Luther sugiere aclarar estos hechos, partiendo de un diálogo empático, de amistad y reconocimiento cuando conversamos en persona con nuestros familiares o amigos que empiezan a mirar estas ideologías o tienen dudas respecto a ellas.
A nivel de redes sociales, es mejor ignorar a los QAnon, no compartir sus contenidos ni siquiera para desmentirlos o desacreditarlos. Nuestra lógica nos lleva a burlarnos de estos mensajes o a denunciarlos. Mas si, para hacerlo, los replicamos en nuestras redes, el algoritmo hará lo suyo y solo ampliaremos su mensaje. Un combate arduo en el que la mejor respuesta es el silencio.
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