Docente, explorador, aventurero, trotamundos… Y como diría (su gran amigo) Miguel de la Quadra-Salcedo: “mentor”. Jesús Luna, jefe de campamento de la Ruta Quetzal, acompaña desde hace más de 20 años a cientos de jóvenes en este mágico y genuino viaje iniciático con nombre de pájaro. La Quetzal es un proyecto educativo que recorre anualmente uno o varios países del continente americano con estudiantes de toda Iberoamérica y de algunos países de Europa.
De Jesús Luna dicen que su energía es inagotable y contagiosa. Que puede levantar cada mañana un campamento de 600 personas. Montarlo. Desmontarlo. Y ponerlo en ruta. Cuentan que a esos muchachos les enseña… aprendiendo. Y dicen (yo lo vi) que, como buen hijo de Álcimo y amigo de Odiseo, se encarga de guiarles y de invitarles, en cada jornada, a pensar sobre el “camino”. Ellos son sus particulares “Telémacos”. Y Luna es quien se ocupa de que aprendan y descubran todo lo que se esconde en los lugares que visitan. Y también en su propio interior.

¿Qué es para ti un viaje?
Viajar ha sido para mí el gran regalo y la oportunidad que me ha brindado la vida para conocer culturas fabulosas, lugares mágicos, pero, sobre todo, me ha ayudado a descubrirme a mí mismo a través de los demás. Dejando atrás los prejuicios y los estereotipos he descubierto al verdadero ser humano, al que es diferente a nosotros y por eso nos enriquece.
Realmente, ¿los viajes educan? ¿Por qué?
Educan por la sencilla razón que despiertan nuestra curiosidad y eso nos hace abrirnos a los demás, al conocimiento, a los lugares, dando lo mejor de nosotros mismos y recibiendo lo mejor de los demás. Nos enseñan, sobre todo, que hay muchas formas de entender la vida y que todas y cada una de ellas son válidas. Nos enseñan a resolver problemas y superar obstáculos. En definitiva, es pura pedagogía de experiencia.
“Los viajes nos enseñan que hay muchas formas de entender la vida y que todas y cada una de ellas son válidas”
La cultura griega lo tenía muy claro, los viajes eran la oportunidad de adquirir conocimiento, sabiduría y, sobre todo, acercar a los pueblos. Solo hay que echar un vistazo a la literatura clásica y encontramos títulos como Jasón y los Argonautas, que emprenden la búsqueda del Vellocino de Oro, donde el protagonista se enfrenta a una gran aventura en busca del preciado tesoro. La Odisea de Ulises, también refiere este tipo de aventuras viajeras transformadoras. La Ilíada de Homero, la Anábasis o Expedición de los Diez Mil de Jenofonte, completarían ese círculo fabuloso entre los protagonistas, sus viajes y sus aventuras. Nosotros también tenemos una aventura viajera muy particular y a la vez universal: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra. En todas estas obras lo importante no es llegar o conseguir los objetivos o motivaciones que se marcan los protagonistas, sino cómo viven las cosas que les van sucediendo y cómo las afrontan, esa es la gran aventura.
Has sido jefe de campamento de la Ruta Quetzal por más de 20 años. ¿Cómo definirías este proyecto?
La Ruta Quetzal, es un rito iniciático, es un ritual de transformación en el que jóvenes de diferentes culturas e ideologías adquieren valores universales como la amistad, la solidaridad, el trabajo en equipo, esfuerzo, superación, cooperación, capacidad crítica, respeto por los demás y al medio ambiente. El antropólogo Arnold Van Gennep describe perfectamente en qué consisten estos ritos de paso: “La vida individual en cualquier tipo de sociedad viene marcada por el paso de una edad a otra y de una ocupación a otra. Las sociedades donde la ocupación está separada, este paso va asociado a actos especiales, como en nuestra sociedad constituyen los aprendizajes. Mientras que en otras culturas son denominados ceremonias o ritos”.

Compartiste camino y aventuras con Miguel de la Quadra-Salcedo. ¿Cómo definirías a Miguel?
Miguel siempre fue un espíritu libre, nunca he conocido a alguien como él. Un hombre extraordinario capaz de tratar de muchos aspectos diferentes y a la vez transversales, pues encontraba relaciones y conexiones donde nadie las percibía. Su capacidad de generar ideas era inagotable. Siempre sumaba, nunca dividía. No creo que ninguno de nuestros diplomáticos haya hecho más por rescatar y afianzar nuestros lazos históricos y humanos con América que Miguel de la Quadra-Salcedo. Su pasión por lo que hacía era el motor de su día a día. Vivía en un mundo en el que todo era posible, jamás se daba por vencido.
Nos enseñó a no temer a lo diferente, ir más allá de nuestras limitaciones, amar América, descubrir y respetar el mundo indígena lleno de conocimientos y sabiduría que a día de hoy no hemos sabido valorar adecuadamente. Además era una persona infinitamente culta para quien los libros eran parte de su vida. No hacía ninguna expedición sin sus libros y nos hacía viajar siempre con ellos, con los más importantes en cada expedición. Su optimismo era desbordante y nos transmitió el más valioso de los valores: no dejar nunca de viajar, de descubrir y de aprender de los demás.
Los jóvenes fueron su prioridad más absoluta, a ellos consagró una vida llena de éxitos y hazañas en el deporte, el periodismo y la aventura, haciendo realidad el programa Ruta Quetzal durante 31 años. Lo hizo hasta sus 84 años. Cada minuto de su vida era una oportunidad para soñar una nueva expedición. Pocos días antes de fallecer se encontraba diseñando la nueva expedición a Uruguay. Una de sus frases favoritas basada en el pensamiento socrático era: “Descúbrete a ti mismo y proyéctate en los demás”. Junto a él nunca parabas de entusiasmarte y aprender. Yo le echo mucho de menos…
¿Recuerdas alguna anécdota con él que te haya marcado?
Estábamos en un pueblo pequeño del Istmo de Panamá llamado Nombre de Dios que fue fundado por Diego de Nicuesa en 1510, después de una expedición llena de grandes dificultades y penalidades. El nombre le viene porque al llegar a ese lugar se sintieron salvados. Pues bien, era la noche de San Juan, la más larga y por lo tanto la del salto de la hoguera que a Miguel siempre le encantaba, decía muchas veces que el olor a humo de su ropa le recordaba el espíritu de los pueblos nómadas a los que tanto apreciaba. La cuestión es que esa noche Protección Civil de Panamá, que nos acompañaba, nos informaba de la proximidad de una tormenta tropical, algo así como el hermano pequeño del huracán.

El campamento de los expedicionarios se encontraba en una playa maravillosa, era de noche y Miguel me pidió que organizara la hoguera. Cuando estábamos a punto de prenderla comenzó la lluvia y el fuerte viento hicieron su aparición con la velocidad con la que suele hacerlo en esas latitudes. La lluvia era tan intensa que no veía bien a Miguel, al que tenía a mi lado. En unos segundos estábamos empapados hasta los huesos. Las olas del mar cada vez se hacían más grandes e impetuosas. Por si eso no fuera suficiente, por detrás del campamento transcurría un río que iba a finalizar su recorrido en un recodo de la playa. Debido a las intensas lluvias estaba a punto de desbordarse e inundar el campamento. Inmediatamente, y alertados por Protección Civil, dimos la orden de que todos los expedicionarios se refugiaran en la Iglesia. Era el único lugar de piedra del pueblo y que resistiría aquella tremenda embestida de la naturaleza.
En la playa y junto a la hoguera solo quedamos Miguel y yo intentando prender la hoguera. Recuerdo que me decía: “Lunita – así me llamaba- no pasa nada, cuando Colón estuvo aquí le pasó igual, ya verás como se pasa rápido y la encendemos, que es la noche de San Juan”. Yo, sin embargo, no compartía en ese momento el optimismo de Miguel, sobre todo porque las olas ya llegaban al campamento y aquello no arreciaba sino que iba cada vez a más. Finalmente, con el río desbordado y las olas llegando a nuestros pies conseguí convencerle de que tal vez no era un buen momento para la hoguera. Aprendí esa noche que Miguel era parte de esa naturaleza indomable, alguien para quien las dificultades no son un problema sino una oportunidad para vivir experiencias únicas e irrepetibles.
“Los viajes deberían ser una parte fundamental del currículum”
En la Ruta participan jóvenes expedicionarios de toda Iberoamérica y diversos países de Europa. ¿Qué valores inculca este viaje a sus participantes?
No cabe duda que el programa Ruta Quetzal es un programa fundamentalmente de valores y actitudes frente a la vida, que sirvió también para definir muchas vocaciones. Para mí, sin lugar a dudas serían: la amistad, el aprendizaje, la aventura, el compañerismo, la convivencia, la emoción, el esfuerzo, la disciplina, la humildad, la interculturalidad, la responsabilidad y la ética, entre otros.
A los jóvenes, en general, les gusta viajar. ¿Cómo les aconsejarías que lo hicieran?
Desde luego, con el espíritu de las antiguas expediciones, con ilusión por conocer, experimentar y divulgar, pues un viaje que no se cuenta simplemente no ha existido para los demás. Pero también documentándose sobre lo que van a hacer, llevando un diario de su periplo, hablando con la gente de los lugares, olvidando las prisas y los prejuicios. Desprenderse de los superfluo y vivir cada instante.
¿Crees que se debería aprovechar más y mejor el viaje en nuestro sistema educativo? ¿De qué forma?
Nuestro sistema educativo necesita una profunda reforma. Los viajes deberían ser una parte fundamental del currículum, con lo que eso conlleva (relacionando las asignaturas), haciendo de los viajes una oportunidad para aprender y crecer como personas. Ya lo hizo en su momento la Institución Libre de Enseñanza, dirigida por Giner de los Ríos, que fue la primera en sacar de las aulas a los alumnos allá por 1876, revolucionando la pedagogía en España.
A ti, ¿qué te ha enseñado la Ruta Quetzal?
La Ruta Quetzal, ha sido una filosofía de vida para mí durante 25 años. He aprendido a luchar por mis sueños, a aceptar lo diferente como una oportunidad para crecer, a vivir cada momento como único, a cambiar para ser mejor persona, a no rendirme jamás, a levantarme cada día y pensar que hoy es el día que estaba esperando para hacer un mundo más justo y más equitativo, a luchar por reducir la desigualdad y la injusticia y a repartir mejor la riqueza, que la hay, pero solo la tienen unos pocos.
“Para ser español hay que viajar a América y para ser americano hay que viajar a España”
¿Y América?
Me ha enseñado que para ser español hay que viajar a América y para ser americano hay que viajar a España (esto también lo decía mucho Miguel y lo comparto plenamente). Yo destacaría también las culturas indígenas como fuente de conocimiento y sabiduría. Ver una ciudad maya y maravillarte reflexionando cómo un pueblo pudo construir esas ciudades de esa belleza en lugares tan duros e inhóspitos o cómo desarrollaron conocimientos en matemáticas, arquitectura, astronomía, etc. Admirar el manejo del agua, la cerámica, el oro y la arquitectura por parte de la cultura mochica, a los que se les conoce como los griegos de América, sorprenderte con las enigmáticas Líneas de Nazca, su precisión, sus dibujos de animales exóticos. Admirar la organización del imperio Inca, sus caminos reales empedrados que llegaban desde Ecuador hasta Chile. La irreductibilidad y valentía del pueblo mapuche, retratada por Alonso de Ercilla en su libro Araucana…. Todo ello es digno de ejemplo y admiración. Pero sobre todo, sus gentes hospitalarias y generosas que nos han dado ejemplo en cada expedición de superación, entrega, cariño y amistad. Mi más sincero agradecimiento a todas ellas.
¿Y el viajar?
Viajar es la mejor inversión que puede hacer uno en su vida, la mejor universidad, el mejor máster. El mejor antídoto contra la intolerancia, el fanatismo, el racismo y la xenofobia. Como diría mi maestro Miguel de la Quadra-Salcedo, la fuente de la eterna juventud, la que tanto buscó Juan Ponce de León en la Florida.

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