La sociedad líquida está resultando ser menos líquida que lo que se pensaba. En realidad, es pétrea como una roca y acaba de mostrarse como tal con la victoria por elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos de América. No porque la personalidad de este hombre sea relevante sino porque con él las grandes finanzas de Wall Street se sientan en la Casa Blanca para mandar y porque en todas las democracias liberales se alzan con cada vez más fuerza tendencias que pretenden hacer que gobiernen las empresas y el dinero en lugar de las voluntades de los ciudadanos. Y con ello las máscaras empiezan a caer y se muestran por fin los verdaderos rostros de los intereses en juego.
La liquidez de la sociedad teorizada con acierto por el recientemente fallecido Zygmunt Bauman lo era en la medida que ese estado denotaba el trasfondo del proceso: proceder a la desarticulación de las masas que protagonizaron la vida social del siglo XX porque las orientaciones de la producción y el consumo habían cambiado. No, por cierto, a causa de “leyes” inapelables de la economía sino porque el sistema de dominación global se empeñaba en revertir las conquistas sociales y democráticas alcanzadas después de 1945 una vez hubo ganado la guerra fría según frase tan popular de Warren Buffett, uno de los cinco hombres más ricos del mundo: “La guerra de clases existe y la hemos ganado nosotros”. La lucha de clases, por cierto, se dio también en el seno de las clases dominantes, pues el capitalismo financiero se impuso al capitalismo industrial, y de ahí que los observadores percibieran la inestabilidad líquida y la fungibilidad gaseosa propias del magma de la sociedad de masas en descomposición.
Pero esa percepción lo era únicamente del océano que rodea al iceberg rocoso. La sociedad de masas se desarticula porque el poder del dinero no necesita a los productores rígidamente encuadrados pues la tecnología permite que lo sean de otro modo. En el siglo XIX las naciones fueron construidas mediante el encuadramiento en las instituciones clave: escuela, fábrica, ejército, normativización de la vida social (mal llamada urbanidad), pero en el XXI se deja caer ese sistema de integración o se provoca su caída porque ya no es más necesario e incluso deviene un obstáculo. Ahora la dominación no pasa por la masa encuadrada sino por el individuo desarticulado en camino de ser desestructurado. De ahí que, como señalaba José Manuel Pérez Tornero en Aika, la comunicación dominante ha dejado de utilizar la persuasión de las masas como discurso para pasar a emplear directamente la presión sobre los individuos.
La promesa de que Internet llegase a ser una palestra cívica de intercambio de información y opinión se desvanece y la red se muestra como rompeolas de individualismos desarticulados
¿Y cómo se opera mediante la presión directa, se preguntará uno? Pues como siempre se ha hecho: mediante la seducción, el halago, el miedo o el cultivo del rencor y el odio. Donald Trump ha ganado las elecciones combinando esas pasiones, al presentarose como alguien que iba a llevar al poder la frustración y la marginación de los trabajadores blancos arrinconados por la globalización. Les ha hecho sentir protagonistas y decisivos, ha apuntado hacia las minorías raciales como culpables de su situación y ha señalado a minorías raciales y religiosas y a naciones extranjeras como obstáculos o peligros. La transmisión de estas pasiones se efectuaba antes mediante la comunicación de masas pero ahora ya no es necesario, de ahí el desprecio que Trump expresa en público hacia los periodistas y comunicadores. La desarticulación social sumada a la comunicación personalizada que propicia la red permiten que sea así. La promesa ilustrada de que Internet llegase a ser una nueva palestra cívica de intercambio de información y elaboración de opinión, como la soñaron Tim Berners-Lee, Vinton Cerf y Manuel Castells, se desvanece y la red se muestra como rompeolas de todos los individualismos desarticulados, en el que van a dar las olas de la sociedad líquida.
Es por todas esas razones que la escuela está en crisis, puesto que los antiguos escenarios de la educación en la sociedad productiva de masas se derrumban como lo hace el resto de sus instituciones, opinión pública incluida. La educación ya es solamente necesaria para formar cuadros al servicio de las clases dirigentes, capaces de ejecutar órdenes y llevar a cabo directrices de procedimientos instrumentales, y esa reducción de su ámbito conlleva la aplicación de otra estrategia desarticuladora: mantener a la juventud bajo la amenaza permanente de formar parte de un infraproletariado mal pagado y semimarginado, desactivada su capacidad de innovación y transformación gracias a su preparación, imaginación y creatividad. Serían los propios adolescentes y jóvenes quienes se pondrían la soga al cuello mediante el desprecio de la cultura, el hastío de la asistencia a clase, la renuncia al esfuerzo formativo y la aspiración a la profesionalización ilustrada, seducidos por la apelación al narcisismo del éxito y el dinero fácil inalcanzables pero supuestos a través de la contemplación de los hechos de ciertas figuras juveniles que protagonizan los espacios pseudocomunicacionales. La posibilidad de que engrosen un nuevo lumpenproletariado juvenil está ahí como válvula de seguridad que les margine definitivamente de cualquier protagonismo en su vida y en la evolución y el cambio.
La nueva sociedad pétreamente rocosa que emerge de las nieblas de la sociedad líquida nos muestra así la educación señalada como enemigo a batir por la nueva dominación. Y nos indica tanto las razones como la necesidad de defenderla para salvar no solamente a los jóvenes sino a todos nosotros. Porque no era una sociedad líquida de lo que se trataba sino que lo líquido es el tsunami de las nuevas corrientes de dominación implacable que se nos vienen encima.
Implecablement escrit i raonat. Tens un lògic punt de veritat…però l’ésser humà necessita esperança per poder viure. Jo vull tenir esperança Gabriel…